Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor de Historia en un instituto de Barcelona y murió en acto de servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente escolar. Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo –desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos- está muy preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de sus padres o hermanos, de su novia o tal vez de sus hijos.
Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído
en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del
ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían
condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber. Pero
Abel era, simplemente, un profesor. Un profesor interino, para más
inri. El primer docente muerto en las aulas en nuestro país no se
merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han
dedicado los medios de comunicación. Así que solicito desde aquí
que el próximo instituto que se inaugure en España lleve el nombre
de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a título
póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.
Luis Azcárate Iriarte. Pamplona
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